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Mostrando entradas de marzo, 2020

TÍTULO: Crónica de una caza.

Sentí  un sonido, oí un chillido gélido. Cerré los ojos, respire profundo, agudice el olfato, tranquilice la sangre, enfríe los latidos. Mi lanza de punta afilada estaba lista para asaltar a los leones que nos merodeaban hace ya diez lunas. Eran ellos. Éramos nosotros. Gran Yuggaka estuvo todo este tiempo complaciendo a los Dioses, conjugando hechizos, bendiciendo amuletos, sacrificando a los pájaros y a los cuadrúpedos pertinentes para la tarea de la caza, aguardando el décimo día con febril ansia. Porque ella dijo, que no era el séptimo, o el quinto, ni el onceavo sol, era el décimo. Sin discusión, mando el décimo. Atisbe el ardor en sus ojos, hoy, cuando el sol calentó la tierra y resolvimos salir, luego de tanta espera el momento llegó. Nueve lunas, nueve soles, nueve cielos perdidos en el confinamiento de la caverna, asediados por el miedo, los felinos montaraces jugaban con nuestro temple, se divertían corriendo en nuestro jardín pedrusco, husmeando con su húmedo hocico las provi

1327 a.c

Bienaventurado Tutanjató, divinidad del hado, par de Ra y Amón, compañero de glorias y autoritarios poderes, Melancólico y grato amaneció el día anoticiado con su muerte, Metamorfosis prístina que sufrió a jovial edad, Pasearas por los jardines incorpóreos repartiendo gloria, amor, sabiduría y eterna bondad, Magnánimo y justo, con su poderío, restauró el orden del Nilo y nos gobernó a siervos y a nobles clérigos por igual, Oro, lapislázuli , turquesa s, cornalinas, pasta vidrio, cuarzos, obsidianas, ornamentan fastamente vuestro funesto final, En un busto de sobria riqueza, Capituló su deidad párvula, sin distar la sapiencia, Es, ahora, arbitrario el destino, del porvenir del Egipto, el Bajo y el Alto Nilo lo besan en secreto, deseando su próxima y próspera transformación, Gigante ante los Dioses expectantes, anhelantes a su llegada, Arrodillado sobre mi shenti , plisado, arrugado, sucio, polvoriento, húmedo y terroso, evoco en mi memoria, las palabras que vociferó al pueblo, A los ni

Negroides

Estábamos solos en la pesadez de la noche, ni un alma aparte de las nuestras. Un manto negro cubría toda la playa, la oscuridad y el silencio absolutos nos abrazaban, el aire caliente corría libre y tranquilo, meciendo las dunas, llevando arena y sal. Parecía que el mar dormitaba, así como las olas susurraban al golpear en la costa, juraría que oía sus palabras encantadoras. La armonía de una canción marina arrullaba las estrellas, que iluminaban todo, como velas en la espesura. Y me miraste, como nunca lo habías hecho antes. Entre los tamariscos tupidos y frondosos, ya florecidos, montamos un refugio, resguardados de la brisa. Un lecho, una cama con edredón y almohadas, viendo al océano, a la luna a las constelaciones, desde nuestra ventana pequeña y personal.  Un recorte similar a un cuadro vivo, en nuestra habitación improvisada, acostados en nuestro modesto camastro improvisado. En ese lugar, con toda esa belleza, solo pude observar tus ojos negros.