fecha incierta
Me recordé
distante, con la mirada partida por el cristal. Una mañana despertada por la
inercia de la vida, con el sol en punta brillando ese color particular del
amanecer, en donde todo es calmo y apacible, una caricia de mi abuela.
Me pican
los ojos, y la luz los achina, entrecierro los parpados por un rato hasta que
se acostumbran a la claridad. Que dulce momento la mañana, todavía no pesa el
mundo sobre nuestra espalda, el cuerpo sigue andando de puntillas para no
despertar a la mente y así seguir un ratito más en este estado de algodón.
Fuera se
sacuden los árboles y los arbustos furiosamente como si el viento quisiese
arrancarlos de raíz, se escucha el sonido de la nada, las gaviotas, el mar, las
hojas de los árboles como el frufrú de una falda. Y yo me siento a respirar
todo eso y llevarlo dentro mío, a esperar que la vida llegue a despertarme
de
mi segundo sueño. Que un mensaje rompa el silencio y tenga que salir a escape,
que mi mente empiece a sargentearme: deberías estar haciendo esto, deberías
estar haciendo aquellos, hagamos tal cosa, dale no podés estar así toda la
mañana, preocúpate por algo, o-c-u-p-a-t-e.
Pero
mientras eso no sucede, mientras todos duermen o se hayan en el mismo estado
que yo, busco allende el silencio y allende el azul del mar, la manera de
llevar conmigo esta sensación para siempre, que no suele durar más allá de una
hora después de levantarme de la cama.
Nunca lo
hago, pero siempre lo pienso, dejar migajas de pan para los gorriones que se
posan en mi balcón. Los veo observarse en mis ventanas espejadas, atentos,
curiosos al ver un mimo que los imita milimétricamente. Algunos desconcertados
atacan a su reflejo coléricos, otros se limitan a mover sus emplumadas
cabecillas de derecha a izquierda atónitos. Pero de vez en cuando aparece
alguno que siento me observa a mí, viendo a través del vidrio espejado,
compenetrado en mi figura humana, en mi mirada partida por el cristal.
Se suceden
los minutos y pareciera que el mundo comienza a respirar, ahora los sonidos de
los vecinos inundan el silencio, los mensajes suenan en el teléfono, los
mandados se agolpan en el cerebro y pelean por ser el primero en despachar.
Pareciera que los gorriones escucharon todo y desaparecieron.
De todos modos, me abstrae ver a los gorriones nacer con el alba.
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