5 de abril


En la nada me sostengo como el vilano en el viento, en el silencio de las voces, en la impoluta presencia de la soledad, me encuentro rodeada de un sin fin de sonidos no humanos, de pensamientos vagos sobre sucesos vivos que murieron en el tiempo. 

Risas desde el vientre, una mano sobre un hombro, brazos que se buscan, miradas picaras que se convalidan, pensamientos cómplices, la calidez de una sonrisa amiga, la seguridad de un otro que legitima tu existencia en el mundo. Tenerlo se volvió una faena de las más arduas, desfallece entre los días la esperanza de encontrarlo y la desesperación me hunde. 

Un vacío recubre mis días, se hace imposible en el andar del tiempo.

Salí al balcón en busca de la ropa que estaba colgada al sol, saqué un buzo azul, y pendida de sus patitas a la manga del buzo estaba una bellísima mariposa de colores vibrantes con sus alas espléndidamente extendidas. Me sorprendió que no saliera volando de inmediato ante mi intromisión, aproveché para observarla. Sus alas resplandecían, anaranjado, amarillo, blanco, negro, abigarrados de forma inusual. Fue un segundo, y lo entendí: estaba muriendo. 

Tan dócil, tan frágil, tan terminante, tan fatal, fue verla allí inmóvil, esperando su deceso. Decidí llevarla a la maceta con la plantita del rincón y dejarla allí, refugiada del viento, escondida de alguna manera del exterior, para que esperase su noche pacíficamente, en el silencio de una tarde soleada y cálida de abril.


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